¿SERÁ PUEBLO ANTES QUE IGLESIA?
Habemus Papa, argentino y jesuita. Hoy se leen titulares a favor, y titulares en contra. Es normal que las personas progresistas destaquen su oposición a la homosexualidad o su comportamiento durante la dictadura de Videla en Argentina. Es normal que los fieles destaquen su sencillez cuando se hace la comida o coge el metro desde su “pieza” en Buenos Aires a su lugar de “trabajo”. Yo, por el momento no me siento con conocimiento, ni ganas suficientes para opinar sobre él. No le conozco, no había oído nunca hablar de esta persona y necesito un poquito de tiempo para ir creándome mi propia opinión.
Sin embargo hay dos sentimientos que me despierta este nuevo Papa. El primero es interés. Soy católica bautizada, no he pensado nunca en apostatar porque tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo, pero soy atea. Ojalá pudiera ser agnóstica y sentirme incapaz de dirimir entre la existencia del más allá o su condición de creación social; pero no, soy atea por los cuatro costados y no me queda ninguna duda de que lo que hay es lo que hay. Dicho esto, no puedo comprender aquellas manifestaciones de personas que ningunean la importancia de la elección de un nuevo pontífice. Es importante, es poder, es política. Millones de personas se dejan guiar por él, y lo que es peor muchos estados y gobiernos practican sus mandados, sin ir más lejos, el nuestro. Claro que me despierta interés la política del vaticano acerca del aborto, del matrimonio homosexual, paraísos fiscales, pederastia y otros infinitos asuntos.
El segundo sentimiento que me provoca Francisco I es respeto porque es jesuita. Mis viajes a América me han hecho percibir el respeto y cariño de la gente del pueblo por esta congregación religiosa. En Argentina existe una provincia que lleva su nombre Misiones, de tierra roja y verdes bosques donde el orgullo de su político origen jesuítico no sólo lo llevan en el nombre. Un ejemplo, San Ignacio, un pequeño pueblo custodio de un tesoro Patrimonio de la Humanidad, las ruinas de la Misión Jesuítica de San Ignacio Miní, de los indios Guaranís. Un pequeño pueblo que conserva sus orígenes y cultura indígena gracias a la Compañía de Jesús. No es sólo película como en La Misión, es realidad cuando una llega allí.
Los Ángeles, Santa Bárbara o Sonoma en California también provienen de misiones de la Compañía de Jesús, la misma que impulsa la teoría de la liberación en los países de América latina. Hoy el jefe de esa Iglesia que los expulsó de estos territorios es uno de ellos, resulta cuando menos extraño, y me gustaría que esperanzador.
Espero, como atea, que el jesuita Francisco I haga honor a la historia americana de su congregación y sea pueblo antes que Iglesia: que se no cierre los ojos al SIDA, ni al maltrato hacia las mujeres, ni a los avances de la ciencia, ni a los abusos a menores, ni a tantas y tantas cosas que la Iglesia no ve, ni escucha pero sobre las que habla sin parar.
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